PEREGRINACIONES. EL MUNDO NEGRO

Al enfrentarnos con las culturas negras, parece vacilar históricamente el que las peregrinaciones son una práctica universal de la humanidad. El hombre negro dentro de sus propias culturas, cuando no practica religiones importantes, sino que vive con sus propias creencias tradicionales, de tipo oral, no ha sido aludido respecto a las prácticas religiosas que encajen de alguna forma en las peregrinaciones de blancos o asiáticos. Tampoco se concede importancia a las religiones negras por su ausencia de templos. Mas todo ello obedece a una impresión inmediata y en gran parte justificable, por las apariencias indígenas actuales o dependientes de los relatos adquiridos a partir del siglo XIX en las exploraciones modernas.

Pero es preciso buscar en el ambiente de tiempos lejanos antes del impacto que las influencias extrañas los hicieran reaccionar, evolucionar o involucionar, según los casos, por derroteros distintos. Así llegaremos a conclusiones aparentemente paradójicas a veces, pero llenas de sentido histórico.

El carácter sensible e intuitivo de captación de la Naturaleza, propio de las culturas negras, es difícil de valorar desde el punto de vista de las culturas de los blancos. Los remotos núcleos culturales como los de Sudán, del Hoggar o Zimbawue, cuesta trabajo relacionarlos con los pueblos africanos que aún hoy viven en las selvas. Así, resulta sorprendente que en las excavaciones arqueológicas en las tierras de los Yorubas, hayan descubierto imágenes tan definidas artísticamente como la del dios Olokun, divinidad marina que es como un eco de la diosa de los navegantes tartesos, y es también de señalar, el templo antiguo construido de piedra: El santuario elíptico de Zimbawue, la capital religiosa y política del reino de Manamatapa, que centralizaba el dominio de una extensa área desde la costa africana del Indico hasta el corazón del continente. Allí existía una auténtica religión donde se mezclaba la adoración solar con un rito sexual de resonancias babilónicas e hindúes.

Antes de la llegada de los europeos al África negra, existían núcleos culturales descubiertos arqueológicamente, cuyos dioses no eran fetiches deformes, toscamente tallados, sino esculturas de bronce como el dios del mar sudanés y terracotas de depurado arte, como las cabezas de Ife, talladas quizás mil quinientos años de nuestra Era. Actualmente, las tribus africanas, apenas cuentan con un simulacro de santuario, más bien una pequeña choza para las ofrendas.

No es preciso buscar en el núcleo cultural atlántico de Nigeria y del Indico alguna influencia recíproca, sino un velado nexo prehistórico con el área cultural atlántico-mediterránea y en segundo término con la oriental. El desprecio a las religiones africanas como fetichistas o relacionadas con la magia en sus diversas facetas, es inadmisible, ni puede tomarse como justificación a la carencia actual de templos, ya que no debe olvidarse que en África el culto se realiza al aire libre a causa del clima o por hallarse basado en concepciones relacionadas con la Luna, el Sol o las fuerzas de la Naturaleza.

Las otras creencias, las derivadas de la magia que los pueblos negros han conservado hasta nuestros días, más que sus creencias religiosas muestran el valor sensitivo concedido a la fuerza emanada de manifestaciones anímicas, porque incluso su creencia de que el brujo puede comerse el espíritu de una persona en una sesión de magia, es prueba de su fe en la existencia del alma, en una línea que apenas separa lo tangible de lo anímico.

La ausencia de tradición escrita y los materiales perecederos de las construcciones africanas, no han dejado vestigios del pasado, salvo las raras excepciones de las ruinas de Manamatapa, pero existió un culto, un sacerdocio y manifestaciones rituales, donde la peregrinación de los creyentes tuvo sus características propias parecidas en su génesis a los ritos asiáticos y europeos, aunque hayan permanecido bajo el predominio de la magia de brujos y hechiceros.

La creencia en un dios, las invocaciones y plegarias, sencillas y emotivas, como una conversación con la divinidad, expresan los anhelos o la gratitud y colocan al hombre negro ante su dios de forma inmediata, con gran fe para recurrir a la plegaria en los momentos decisivos, cuando la magia de los hechiceros y exorcismos han fracasado.

Así, desde tiempos lejanos, han convivido en el África negra tres tipos de culto: El otorgado a la divinidad suprema, los dioses subalternos que laten en todas las manifestaciones de la Naturaleza y el culto a los antepasados, como espíritus propicios que están en contacto con el mundo desconocido de las fuerzas divinas, y en ocasiones son espíritus enojados de los que es preciso protegerse.




                                                                                 Templo elíptico de Zimbawue


El templo elíptico, de doscientos cincuenta metros de perímetro, cuyos muros de piedra se estrechan desde la base hacia arriba, tiene dos torres cónicas, una grande y otra pequeña, que se han interpretado como símbolo de un antiguo culto fálico. Es significativo que esas torres alojen en su interior algunos restos de esqueletos de soberanos, conservados como reliquias, que da a esas torres carácter de santuario. Una guardia permanente de guardias, se turnaba día y noche para proteger y guardar las reliquias, que “aseguraba” la presencia de esos reyes, protectores desde el mundo anímico del pueblo de Manamatapa y sus minas de oro, cuyo emplazamiento se mantenía en secreto para los extranjeros.

(cmtinuará)

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