LAS VIRTUDES (XI)



La Templanza. Quien evita la ocasión, evita el peligro.



El mayor placer de muchos, es llegar a vivir y morir, sólo lleno de las cosas que satisfacen sus sentidos. Comer, beber, lujuria y tener el suficiente dinero para gastar sin medida en cosas que no necesita para nada, salvo para deslumbrar a sus vecinos. Es curioso, que la justicia del mundo te lleva a la cárcel si pagas con un cheque sin fondos, pero no si toda tu vida está montada sobre la mentira.

Nuestra esquizofrénica sociedad, practica el hedonismo y admira el ascetismo, pero la Templanza, no es ni lo uno ni lo otro. Ella consiste en orientar el placer, que es subjetivo, hacia el bien objetivo. Su moderación no es tristeza, pues precisamente evita el sufrimiento que provocan los excesos. Por eso la Templanza, es la virtud que modera la inclinación a los placeres sensibles, absteniéndose de lo malo, virtud nada sencilla, pues tales placeres brotan con vehemencia de una naturaleza humana que tiende a desmadrarse ante ellos tratando de arrebatárselos a los demás, aunque para ello haya de recurrir a la violencia.

Nunca sabemos cual dique derribamos cuando cedemos a las tentaciones. Llega un momento, en que perdida la serenidad, nos descubrimos vulnerables y entonces las faltas nos atraen con vértigo. Hacer frente a las tentaciones frecuentes que la vida suele ofrecer, exige estar dispuesto a huir de las ocasiones peligrosa, lo que a su vez, pide ser humilde, pues el soberbio se cree más fuerte que todas las adversidades. Además de humilde, hay que ser prudente, ya que el que no lo es, llega a callejones sin salida, siempre creyendo que va a ser capaz de detenerse a tiempo, cuando y como quiera, con la ayuda de la razón, lo cual es hacer equilibrios en la cuerda floja. Bien pronto harán lo que no está permitido. No valen los propósitos enérgicos ni las determinaciones inquebrantables, ya que todo se hunde ante la fuerza fascinadora de una ocasión. Los sentidos se excitan, se enciende la fantasía, aumenta la pasión, se pierde el control de sí mismo y finalmente sobreviene la caída. Por eso, es mejor prevenir que curar y quien evita la ocasión, evita el peligro.

Es de admirar, a quienes en vez de dejarse arrastrar por las pasiones, las dominan, pero el mero hecho de dominarlas no nos hace virtuosos, sino el carecer de soberbia y presunción al dominarlas.

El desprendimiento de todo, es imprescindible, pero hay que desprenderse asimismo del apego al egoísmo o amor desordenado de sí, origen de todos los egoísmos. “Modérate”, le decimos al airado, incluso al apasionado. “Todo con moderación”, se recomienda con miedo a cualquier clase de exaltación. “Reprime, echa el freno”. Así las cosas, ¿es la moderación la virtud del cerrojazo, la tranquilidad del espíritu, la ausencia de ambiciones, la inmovilidad que sigue a la falta de pulso vital?. No, nada de eso, sino la ordenación del propio yo, para energetizar el cosmos. Para ello, hay que trabajar mucho. La persona templada, ha sabido dosificar su vida habiendo realizado todos los valores, lo cual implica equilibrio, don de la oportunidad, evitación del exceso, sentido exquisito de la medida, sensibilidad abierta, etc.

Mientras, cuando el día se nuble y ruja el trueno, consérvate sereno, pues nadie puede permanecer sereno ante la ansiedad de sus propios pensamientos. Como primer paso, mantén una apariencia tranquila ante estímulos que te provocan ira y agresividad. Si puedes, cuando estés enojado, toma una hoja y escribe lo que sientes. Al enfrentar de este modo el problema, ganas en objetividad y pierdes el acaloramiento. Domina tu lenguaje, eso te ayudará a frenar tu agresividad. Trata de mantener la cabeza fría, respira profunda y lentamente, porque si gritas, te involucrarás en más problemas, además de que perderás ante los demás la poca razón que te asista. Verbaliza las razones de tu enojo sin ofender. Si todavía te sientes muy enfadado o si la otra persona lo está, no discutas, hazlo cuando os hayáis tranquilizado, mientras, canaliza tu emoción en alguna actividad que te permita liberar la energía contenida.

Decía Sócrates: “¡Cuánto es lo que no necesito y lo poco que necesito, qué poco lo necesito!”. Así pues, actúa sin demasías. Si se miran las cosas a fondo, en la sobriedad está el sumo deleite. La persona bien templada, no piensa en lo ausente como presente. La Templanza, se manifiesta de cuatro maneras, en la manera de conseguir los bienes, conservarlos, acrecentarlos y usarlos. El superior, ama su alma, el inferior, su propiedad. Sólo sabe cuidar lo ajeno quien sabe poseer lo propio, sin llegar a la avaricia, la persona sobria gasta siempre una moneda menos de lo que gana. Quien compra lo superfluo, no tardará en vender lo necesario.

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