EL REINO DE DAVID (VI)



EL LIBRO Y LA ESPADA



En el siglo VI a.C., el pueblo hebreo cautivo en Babilonia, escribió la primera edición de la Biblia hebrea. Cuando volvieron a Jerusalén, este nuevo libro definió al pueblo judío dándoles un sentido de lo que estaba bien o mal, pero luego se enfrentaron con un dilema: Renunciar a su fe o luchar por ella. Ninguna amenaza resultó más grave que la de Alejandro Magno y los griegos, que se apoderaron de todo el Oriente Medio, trayendo la cultura más emocionante que se había visto jamás, pero el judaísmo no iba a morir. En lugar de eso, se transformó con la nueva creencia de que su Biblia no era simplemente un libro, sino un testamento Divino escrito por el propio Dios y que los que fueran fieles a él, recibirían su premio en la otra vida. La fe en este nuevo judaísmo se hizo tan fuerte, que los judíos fueron el primer pueblo de la historia dispuesto a luchar y morir por su religión y su Dios.

En el año 538 a.C., los persas conquistaron Babilonia y su rey, liberó a todos los cautivos babilonios, animando a muchos a volver a su patria, entre ellos a los judíos. Ciro, rey de Persia, dijo: “Yahvé, el Dios del cielo, me ha entregado todos los reinos de la Tierra y me ha ordenado construirle un templo en Jerusalén, en Judea. Aquél de vosotros que pertenezca sin mezcla al pueblo judío, que Dios vaya con él. Que se marche a Jerusalén de Judea y construya el templo de Yahvé, Dios de Israel”. Pero volver a una tierra que sus abuelos habían abandonado hacía décadas, era todo un desafío y muchos judíos que habían triunfado en la vida, se quedaron en Babilonia. Sólo los más aventureros y los más profundamente religiosos se fueron a Jerusalén a reconstruir el templo.

En cuanto llegaron los exilados, se pusieron a trabajar en el segundo templo y una gran emoción invadía el ambiente. La gente contribuía con dinero para pagar los albañiles y carpinteros, comida, bebida y aceite para los hombres de Tiro y Sidón que traían cedro del Líbano, con el permiso del rey Ciro de Persia. Loa sacerdotes con sus ropajes, avanzaron con trompetas y los levitas con címbalos para adorar a Yahvé, y luego todo el pueblo se unió en un grito de alabanza, cuando estuvieron puestos los cimientos del Templo. Muchos de los sacerdotes mayores y los jefes de familias que habían conocido el primer templo lloraban, pero otros gritaban de alegría. Pero el templo, era la única fuente de alegría para los que habían regresado, ya que el resto de su mundo era bien triste.

Los únicos habitantes de Judea que habían quedado atrás cuando los babilonios los invadieron, eran los campesinos más pobres y en esos momentos, sus descendientes estaban a punto de morir de hambre y luchaban por arrancar alimentos a la tierra. Los únicos que vivían cerca eran extranjeros que habían sido obligados a establecerse en Israel, tras el exilio de los israelitas de las tierras del norte. Éstos, hacían lo que podían para evitar que los que habían regresado, pusieran el pie en Jerusalén, porque los veían como rivales por el control de la región, pero lo peor que tuvieron que soportar los que habían regresado, era que su patria ancestral, Jerusalén, estaba arrasada.

(continuará)
 
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