LAS VIRTUDES (II)



La Fortaleza: El poder de querer







Toda virtud es fuerza y por eso la Fortaleza está presente en cada virtud: Conlleva serenidad para aceptar las cosas que no se pueden cambiar, valor para cambiar aquello que se puede e inteligencia para discernir la diferencia.



Sin la sabiduría, el esfuerzo es ciego, pero sin el esfuerzo la sabiduría es impotente; si falta conocimiento, no hay voluntad, sino instinto, pero si falta la voluntas, el conocimiento es inútil. Sin Fortaleza, sólo queda pesimismo, porque quien estime inmodificable una realidad, será un simple pesimista disfrazado de realista. No se trata de la acción por la acción, pues lo que se hace sin formar una mentalidad, carece de sentido, pero una voluntad que no ejerce su asertividad, es voluntad desertora. Por miedo a la acción, mucha gente se neurotiza y no hace nada; la persona pusilánime, inhibida, hipersensible, no se afirma en el mundo, algo pavoroso y a su acecho puede caer sobre ella en cualquier momento, se vuelve hipocondriaca, más atenta a sus propias dolencias reales o imaginarias que a sus interlocutores. Si no eres asertivo te vienes abajo, vuelves contra ti los conflictos, sufres por sufrir, te refugias en la derrota, huyes, caes en el conformismo. Si solos no podemos, pidamos ayuda porque quien nos quiera nos ayudará; siempre se puede, al menos intentarlo y pensemos que un problema es una oportunidad.



La vida es tarea y proceso de ajustamiento. Si que nos demos cuenta, va tejiéndose el manto de nuestra existencia, nuestro carácter, que no es el carácter psicológico que le sirve de soporte, más o menos avinagrado o risueño, sino la forma de vivir. Un talento se forma en la calma, un carácter en el torrente del mundo.



Ética viene de êthos, lugar donde uno habita (primera naturaleza) y modo de ser (carácter, segunda naturaleza)) obtenido gracias a unos hábitos (si buenos virtudes, si malos, vicios), hábitos que surgen de la repetición de los actos. La ética es aquel quehacer que consiste en la forja del carácter; nacemos con una naturaleza determinada primera, pero vamos modificándola con nuestro actuar plenificador (entonces estamos altos de moral) o degenerativo (entonces andamos con la moral por los suelos). La ética es pues, la aclimatación del espíritu en la materia: Convertirse en luz.



Acción-Hábito-carácter-destino, al final el mundo es un espejo que te devuelve la imagen de tu propio rostro. Frunce el ceño ante él y te devolverá una mirada agria; trabaja por él, y él te ayudará. Es afortunado, aquél que sus circunstancias se ajustan a su carácter, pero es más excelente aquél que sabe adaptar su temperamento a las circunstancias. Tú puedes forjar tu carácter o temperamentum, tu buen temple o temperatura ética, o bien tu carácter destemplado, disarmónico. “Temperare” (templar) es de la misma raíz que tempus (tiempo), pues es en el tiempo donde se labra la identidad ética y por eso si siembras un acto tendrás un hábito, si siembras un hábito, tendrás un carácter, si siembras un carácter, tendrás un temperamento aprendido.



La excelencia moral es el resultado de un buen hábito: Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados realizando actos de templanza; valientes realizando actos de valentía. ¡Pues claro que puedes, como todo el mundo!. Aprende a poder, hasta donde puedas, pues a lo imposible nadie está obligado. Alguien que cree que puede, se hace inabatible, porque de la fuerza le viene la convicción. Si cada minuto de tu vida tienes que probar que tu vida no es una derrota, tu vida en cada minuto será una derrota. Si crees, por el contrario, que para ti nada hay imposible, para ti nada habrá imposible.



¿Por qué es tan fácil desear y tan difícil querer?. Porque en el deseo de expresa la impotencia y en el querer la fuerza. La presencia de la voluntad se ser más, no anula el reconocimiento de una cierta jerarquía del desear, pues no deben confundirse el sano deseo y los insanos deseos. Desear muchas cosas, no es lo mejor, pues no ha de ser el hombre a la medida de los deseos, sino los deseos a la medida del hombre. No es el deseo que esclaviza la libertad, sino la libertad que domina el deseo. Una cosa es desear teniendo la voluntad dominadora como centro y otra diferente hacer a la voluntad esclava de los deseos. La anorexia motivacional, estallan en el campo minado del “me apetece o no me apetece” como único criterio y ello conllevaría admitir, que aquél que puede en mayor medida satisfacer sus deseos, sería el más valioso. El desear sin el “deber” no vale, sino u querer a la altura del deber. En el caso de que se desee pero no se deba, mi deber será frenar el desear y aceptar el deber; sólo cuando mi deseo y mi deber coinciden, puede uno permitirse el gozo en toda su magnitud.



No basta con el mero querer algo para forjar un carácter; el querer es necesario, pero insuficiente.

(continuará)

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