LAS VIRTUDES (VII)



Humildad, no te justifiques.



La persona humilde no sufre ansiedad ni enojo si sus valores personales no son exaltados o reconocidos, ni tiende a hacer gala de ellos, por tanto, es pacífica y dialogante, abierta alegremente a los demás.

En el pretencioso, la necesidad de que se le reconozcan y exalten valores que a veces no tiene, le mantienen constantemente inquieto e inseguro, puesto que para él, el reconocimiento social es una importante fuente de seguridad. Para la persona segura de sí, el reconocimiento social no es más que una fuente de segundo orden en su autoestimación. De este modo y en contra de las apariencias, el modesto suele ser una persona que se autoestima más que el pretencioso, se preocupa menos por lo que valoran los demás y basa su autoestima en valores reales. Esto implica independencia y seguridad en su criterio, lo que la hace menos vulnerable a la carencia de gratificaciones sociales y mantiene su seguridad cuando éstas no le son ofrecidas.

Excusa no pedida respecto del Yo, acusación manifiesta; muchas excusas convencen menos que una sola. En los hombres de oración, tal convicción es una constante. Los grados de humildad, los vamos a dar a conocer a continuación, y nos arriesgamos a que se piense desde la actual atalaya, que se identifique humildad con masoquismo. Confiamos sin embargo, que todos aquellos que usen bien su inteligencia, sabrán ponerse en la intención de lo que aquí se dice, más que en la liberalidad de lo dicho. Las doce Reglas de San Benito son:

· El temor de Dios y el recuerdo de Sus Mandamientos.

· No querer seguir la propia voluntad.

· Abrazar pacientemente por la obediencia, las cosas ásperas y duras.

· Reconocer y confesar los propios defectos.

· Creer y confesar ser indigno e inútil para todo.

· Creer y confesar ser el más vil y miserable de todos.

· En los hechos: Someterse en todo a la vida común, evitando las singularidades.

· En las palabras, no hablar sin ser preguntado.

· Hablar con pocas palabras y en voz humilde, no clamorosa.

· En los gestos y ademanes, no ser fácil a la risa necia.

· Llevar los ojos bajos.



Los tres grados de San Bernardo:

 

· Humildad suficiente, someterse al mayor y no preferirse al igual.
· Humildad abundante, someterse al igual y no preferirse al menor.
· Humildad sobreabundante, someterse al menor.

Si se engola mucho la voz al pronunciar la palabra “modestia”, atentamos contra ella; es necesario, pues, saber poner el propio yo en su sitio: “Toma un cuerpo sin vida, colócalo donde mejor te pareciere. Verás que no se resiste a ser movido, ni a que se le cambie de sitio, ni reclama el que ha dejado. Si es sentado en una cátedra, no mira altanero, sino hacia el suelo; si se lo rodea de púrpura, resalta el doble su palidez.

El verdadero obediente es aquél que no juzga por qué se lo cambia, ni le preocupa el lugar donde lo coloquen, ni insiste en que le trasladen. Si es promovido a algún cargo, insiste en su habitual humildad y cuanto más es ensalzado, más indigno se reconoce del honor. “Yo”, es una palabra bien pequeña, para contener nuestro egoísmo, que es tan grande.

(continuará)

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