JESÚS Y LA MUJER (IV)



La prostitución

Era casi siempre una consecuencia de la situación social de las mujeres. Las prostitutas eran mujeres execrables y excluidas socialmente, y su regeneración era prácticamente imposible, porque debían presentar para su purificación un sacrificio de animales en el templo, pero como los cambistas no aceptaban dinero procedente de la prostitución por ser impuro, no podían realizar su ofrenda, por lo que su situación era irreversible.

En los cultos

La mujer no tenía participación oficial. Como esposa estaba incluso dispensada del descanso sabático para las tareas de la casa. Para cualquier reunión posible de oración en la Sinagoga, se necesitaba al menos la presencia de diez varones, de lo contrario las mujeres no podían reunirse.

En la vida pública

La presencia de la mujer era superflua, no contaba. Estaba destinada a la maternidad y su actividad se reducía a su casa y las labores en ella. Su palabra y testimonio no tenían valor alguno ni se consideraban aceptables.

Jesús, con sus actitudes ante las mujeres, escandalizó con frecuencia, por su trato desinhibido y amistoso. Por empezar, esa seguido y asistido por un grupo de mujeres discípulas, un hecho provocativo en ese ámbito machista, y Lucas habla de algunas mujeres importantes, como Juana la mujer de Cusa, administrador de Herodes. La estampa que nos presenta Lucas de María, la hermana de Marta y Lázaro, en Betania, que sentada a los pies de Jesús escuchaba sus palabras, era absolutamente insólita, ya que sólo un discípulo podía permitirse escuchar a un rabí, ya que una mujer no podía hacerlo.

La acción de la hemorroisa “que había oído hablar de Jesús y se acercó a tocar su manto”, constituía un atrevimiento injustificado que un maestro o profeta jamás debía permitir, y más cuando la mujer padecía flujo de sangre y estaba impura.

La escena de la mujer adúltera que relata el Evangelio de Juan, estaba plagada de adulteraciones por parte de los fariseos que la presentaron a Jesús. Primeramente, porque adulteraban la Ley de Moisés que invocaban y en segundo lugar, porque querían hacer juez y cómplice a Jesús de un acto que les correspondía juzgar a ellos, con clara humillación de la mujer a la que exponían en medio de todos los oyentes de Jesús. La actitud de Jesús, coherente con sus enseñanzas, resultó sorprende para esos jueces condenadores: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Con esto, Jesús demuestra que no viene a condenar, sino a redimir.

Papel preponderante tuvieron las mujeres en la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Contrasta con el abandono de sus apóstoles y discípulos, quienes cobardemente habían huido. Un grupo de mujeres lloraron conmovidas durante la procesión hacia el Calvario, ante ese hombre maltratado que andaba hecho una piltrafa humana, pero que aún tenía fuerza para decirles: “No lloréis por mi”. Otras contemplaban la escena de la crucifixión desde lejos, ya que nadie podía acercarse a menos de cien pies de los crucificados, entre ellas estaba María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José y Salomé, que habían seguido a Jesús y lo habían asistido cuando estaba en Galilea. Y serán también las mujeres, las primeras peregrinas a la tumba del Señor y anunciadoras del acontecimiento más trascendente de Su vida nueva, de Su resurrección, que inaugurará el tiempo del cristianismo.


Non Nobis